Tamara Landau

El Nacimiento imposible o el niño enclavado - fobias y neurosis de angustia

Introducción

En el origen de este libro, están las dificultades que encontré en mi práctica analítica, una experiencia clínica con bulímicos, y un trabajo con una coreógrafa.

Yo llevaba varios años confrontándome a dificultades terapéuticas marcadas por la interrupción o la prolongación de la cura con pacientes que padecen neurosis graves, caracterizadas por una negación del cuerpo muy pronunciada. Había que encontrar respuestas.

Las cuales comenzaron a emerger cuando la cura de analizantes bulímicas me permitió comprender ciertas modalidades muy intensas de la transferencia y de la pulsión destructiva que desvelaban la permanencia de un lazo fusional y de angustias ligadas a vivencias corporales arcaicas en relación con la supervivencia.

Desde el momento en que emprendí mi investigación, ésta siguió enriqueciéndose de elementos clínicos y de nuevas experiencias. El trabajo con una coreógrafa que participaba en unas investigaciones sobre la ingravidez, y con mujeres escultoras, me ayudó poco a poco a enfocar estas fantasías inconscientes que obran durante la vida fetal, llevándome a elaborar una problemática arcaica subyacente a todas las formas de patologías consideradas por el psicoanálisis freudiano: psicosis, neurosis y perversiones.

En efecto, las dificultades de los pacientes neuróticos para sentirse existir realmente sin pasar por un lazo fusional me llevaron a plantear la existencia de un fantasma y un concepto cuya elaboración y examen propongo en este libro. Esa impresión de nunca haber sido vistos realmente por sus padres daba a entender que habían quedado fijados en el espacio psíquico y corporal inconsciente de ellos. Atormentados por la fantasía de estar sepultados, de haberse librado de un asesinato, vivían como rescatados culpables, invisibles, fuera del tiempo y de la historia, presa de una fantasía de auto-engendramiento.

Ahora bien, esta fantasía inconsciente, que supone una negación de los orígenes y una inversión de la imagen y de la percepción del cuerpo propio, perceptible en los diversos lapsus, con frecuencia se materializa en la forma de un árbol invertido, que algunas pacientes dibujaron espontáneamente durante la cura.

El sujeto ocupa el lugar del tronco de un árbol generacional que es, a la vez, su cuerpo, el de su madre y el de su abuela. Las ramas “en plena luz” de la abuela se convierten en las raíces del mismo sujeto, quien, hundido bajo tierra “en las tinieblas”, alimenta la savia y el sentimiento real de existir de su madre.

La representación inconsciente de un espacio psíquico y corporal fusional anclado en las fantasías y el tiempo de la experiencia vivida por la abuela materna y la madre, es, a mi parecer, la más arcaica de las fantasías relativas a la transmisión de la vida. Al aislarla, al darle el estatus de “fantasía originaria”, tuve la intuición siguiente: la percepción que tiene el niño de sí mismo y su sentimiento real de existir se forman en la percepción que tiene la madre de sí misma y su sentimiento real de existir, de tal suerte que, si ella no adquirió el sentimiento de existir realmente desprendida de su propia madre, están reunidas las condiciones para la fijación en el niño de la fantasía originaria del árbol invertido.

De ahí dimana una hipótesis que nunca se planteó en la literatura analítica, incluso en los autores más preocupados por la relación madre/hijo y por la incidencia de lo originario en la génesis de las enfermedades mentales: en todas las patologías, de resultas de una fijación en la fantasía del árbol invertido, el sujeto siente inconscientemente su cuerpo como si “perteneciera” todavía a su madre y a su abuela.

Así que la necesidad se impuso de transformar de manera sensible mi escucha, modificando a veces el ámbito (“el setting”) de la cura, de tal suerte que me pregunté si las dificultades constatadas en la conducción y en el término de los análisis no provenían, precisamente, de no haber tomado en cuenta esta problemática. Invito al lector a que me siga en la elaboración de esta experiencia que enlaza estrechamente, lo presentimos, lo “real” de la experiencia analítica con la obligación que hereda cada psicoanalista de forjarse una teoría personal del análisis, al mismo tiempo que él profundiza o descarta ciertos desconocimientos –incluso censuras- de la teoría existente.

1. ELEMENTOS CLÍNICOS
Las fantasías expresadas por analizantes guionistas y actores van a esbozar la problemática inconsciente que vamos a elaborar a lo largo de este libro. Sabemos a partir de la fórmula freudiana de la » Otra escena», todo lo que la cura psicoanalítica gana extrayendo del mundo del teatro su elucidación. Tanto como el autor, el analizante está obligado por la puesta en marcha de la “cura por la palabra” a componer el texto en el cual él debería ser a veces el actor, otras veces el director de escena y el instructor.

Estos guionistas-pacientes formulan a menudo, en cierto momento de la cura, el deseo de escribir una pieza teatral en la cual tendrían un papel “a medida”. Manifiestan su intención, pero cada vez sobreviene la angustia de la muerte a la idea de encarnar a su propio personaje, impidiéndoles realizar este proyecto: pueden acabar la pieza con la sola condición de delegar la interpretación de su papel a un actor de quien ellos serían simplemente el instructor. Pero, mientras que el actor, frente a la mirada de los espectadores, hace realmente vivir al personaje sin correr el riesgo de morir, el analizante, escondido en el espacio del apuntador, se siente verdaderamente existir sólo por su voz, y por la mirada del director de escena, quien, sentado en la orquesta, dirige el conjunto (la mirada del analista supuesto “ver” de antemano sus intenciones inconscientes y saberlo todo respecto a su deseo). El analizante no puede comprometerse en la “representación”, en la cual él es el único director de obra, sino delegando ese lugar a otro, ese doble radicalmente ajeno, encargado de representar en el teatro del “yo”, su propio papel.

Esta metáfora traduce bien la problemática de supervivencia en la clandestinidad de esos analizantes confrontados a la imposibilidad de sentirse realmente vivos. Puestos entre la espada y la pared para crear ellos mismos su historia y para inscribir su experiencia dentro de una cronología, un tiempo y un espacio, a la vez imaginarios y reales, comparables a los del teatro, les flaquean las piernas y les sumerge la angustia de la muerte. Esta angustia revela la fantasía subyacente: sentirse existir, mostrarse vivos, y exponerse a la mirada ajena, conlleva un riesgo mortal. Así quedan condenados a una inexistencia, a una supervivencia en la clandestinidad donde no sólo su deseo, sino sus cuerpos vivientes, se esconden en el espacio del apuntador. Esta fantasía de no existir verdaderamente, de ser invisible, “incorpóreo”, de ser pura voz, va acompañada del sentimiento de culpabilidad de estar vivos – incluso los pacientes que han sido niños deseados.

La evidencia de tal escisión entre el texto leído o hablado y las sensaciones experimentadas, pero también entre su origen, su historia, y su sentimiento de existir, ha aparecido en los pacientes que han sido abandonados o cuyos padres lo fueron. La frase “yo no he tenido padres” es para entender a la letra: que ellos tienen la convicción de haberse auto- engendrado en un país sin nombre, en un año cero. La negación del origen y de la sucesión de las generaciones, ligada a la fantasía de auto engendramiento, está acompañada de la fantasía del cuerpo fusional y de una pulsión de destrucción: es necesario matar al otro primordial (1) para sobrevivir. Esta fantasía la expresan frecuentemente los pacientes bulímicos, con las palabras: “yo como para matar a mi madre”, y configura un lazo fusional madre-hijo en el que una separación es inimaginable. Se puede caracterizar como una vida para dos, un cuerpo para dos.

Estos analizantes, cuya problemática estoy describiendo, presentaban un rasgo común: su vida estaba marcada por una especie de clandestinidad. Vivir a la sombra de alguien, diluirse en el deseo del otro, ocupar un puesto importante sin dejar rastro – escondido, por ejemplo, bajo un pseudónimo – tales son algunas manifestaciones de esa vida para dos. Se observa en todos los pacientes la incapacidad para sentirse realmente existir estando solos, un lazo fusional les era necesario. Les hacía falta sentir permanentemente la mirada y la vivencia emocional y sensorial del otro para sentirse existir realmente; en otros términos, ellos debían incluirse dentro de las percepciones de ese otro. Esta percepción de sí mismos como reflejo del otro revela esta ilusión de ser invisibles y transparentes, y explica la sensación de extrañeza frente a su propia imagen en el espejo, o netamente la impresión (incluso en los hombres) de ver ahí la cara de su propia madre. Esta fantasía de la invisibilidad aclara también el malestar que se apodera de ellos frente a fotografías o filmaciones que les representan, así como sus lapsus recurrentes “cuando llevaba a mi madre en mis brazos” cuando en fotos o filmaciones, bebés ellos, aparecen en los brazos de su propia madre. Esta incapacidad para verse y reconocerse implica de facto la imposibilidad de ser vistos: la mayoría, en efecto, se quejaban de ser zarandeados en la calle o de no ser saludados por sus conocidos. Esta transparencia es palpable en pacientes anoréxicos de cuya delgadez a menudo no se percatan los padres.

A nivel simbólico también, ocurren insistentemente lapsus tales como “mi madre” en lugar de “mi abuela”, “mi padre” por “mi abuelo”, o “morí con cuatro años”, “nací con veinte años”, o también “voy a nacer en…” de analizantes embarazadas que borran e invierten el tiempo de las generaciones y la percepción del propio cuerpo. La imposibilidad de representarse a sí mismas y el desposeimiento de las experiencias más íntimas van acompañados de una percepción ultra sensible del otro en la cual parecen diluirse.

Estos analizantes manifiestan una exigente obligación de hacerse existir realmente a cada momento para evitar que un instante de olvido de sí mismos los haga desaparecer o morir a la primera ocasión, atragantándose por ejemplo, u olvidándose de deglutir. El acto de crearse de nuevo a cada instante constituye la única garantía de una supervivencia posible, y esto a un nivel muy arcaico, como si estuvieran confrontados sin tregua a un nacimiento imposible.

Aquello evidencia que la percepción de su cuerpo es la de la madre. Lo que la madre no ve, no siente y no nombra, no existe. Cualquier intento de individuación es sentido como amenazante, susceptible de llevar al aniquilamiento o a la locura.

Cuando yo juzgaba el fin del análisis cercano para cierto número de pacientes, me encontré frente a la emergencia brutal de transferencias negativas que expresaban en el mejor de los casos la decepción, en el peor, deseos de destrucción y de muerte hacia mí. Una violencia contenida hasta aquí irrumpía, frecuentemente por medio de sueños de deflagraciones. Provocaba en mis pacientes fuertes recaídas en síntomas de angustia, fobias de impulsión, o depresiones que me dejaban perpleja en la medida en que esta violencia me parecía ser de otra índole que el odio frecuente al final de los análisis, el cual es un preludio deseable de la liquidación de la transferencia.

El carácter amenazante de estas manifestaciones de violencia participaba evidentemente de una tentativa de destrucción, del analizante y de mí misma, en relación con una problemática de separación imposible. Este proceso me pareció diferente de la muerte, en el sentido en que esta separación sólo puede vivirse como una desaparición, un estallido del Sujeto que no deja ninguna huella, hasta plantear la cuestión misma de su existencia. En otros términos, separarse implicaba destrucción y desaparición: cada uno y a su momento los pacientes y yo misma estábamos aniquilados.

En este sentido, la separación al final del análisis no solo acarreaba la desaparición de los protagonistas, sino también la supresión de lo que había sido vivido durante la cura. «Estoy como antes, nada ha ocurrido.» Maniobra de zapping, en cierto modo, que obliga a formular de otra manera la cuestión de la memoria, de la transferencia y de la construcción en el trabajo psicoanalítico.

Unos pacientes arquitectos, que trabajaban sobre la memoria y la reconstrucción de ciudades completamente desaparecidas luego de una guerra o una catástrofe natural me han indicado el camino. Su difícil tarea es reedificar ciudades antiguas sin contar con la menor ruina como referencia ni, a fortiori, con ningún documento fotográfico. Funcionan ex novo, como si no existiese ninguna continuidad temporal entre las escasas huellas que son los vestigios y la reconstrucción actual.

Este inventario de los trastornos acentuados de la relación con el otro, en la vida ordinaria y en la relación analítica, teniendo en cuenta además el fenómeno de inversión del tiempo de las generaciones y de la percepción del propio cuerpo, que afloraba en los lapsus de los pacientes, así como de la inversión de la imagen percibida en el espejo, entre el Sujeto y su propia madre, me llevó a desarrollar el esquema del árbol invertido.